miércoles, 6 de febrero de 2013

MANIFESTACIÓN CULTURAL Hoy, nuestro Carnaval resume arte




El Carnaval es una manifestación  cultural muy antigua cuyo nutriente fue la libertad de expresión que se adquiría por unos cuantos días, tras el disfraz o la máscara. 
Es importante mencionar la yuxtaposición cultural que fue dándose en los carnavales de América, que hoy son el resultado de un amalgamiento de elementos culturales (cultura indígena y europea, cultura afroamericana). De Europa, la “Fiesta de Locos” (juego con agua, polvo, disfraces, etc.) fue asimilada e introducida a la celebración del carnaval indígena, como consecuencia de la conquista. De Africa, los sones arrancados a los parches le dieron un pulso animado y por momentos febril. 
Esa mistura y esa libertad, fueron un poderoso llamamiento a los artistas. 
El Carnaval de Corrientes desde sus inicios los convocó. Desde la primera carroza de don Julio Pomares, realizada hacia 1923, y pasando por la magníficas obras de sus hijos y herederos de su arte, Julio, Miguel y Alberto, quienes en los años ‘50 y principios de los ‘60 pusieron en la calle verdaderas esculturas móviles. Luego se unieron las monumentales carrozas de tres cuerpos que las comparsas de los ‘60 y ‘70 convirtieron en composiciones escenográficas,  gracias a grandes plásticos como Rolando Díaz Cabral, José Ramírez, Rubén Vispo, Miguel Fiorio, Celia Hraste, y tantos más. El Carnaval en general y en particular el nuestro, fue ámbito para que la expresión artística tuviera un espacio abierto, tomara la calle, fuera disfrutada por todo el pueblo.  Lo mismo puede decirse con relación al arte escénico. En los años ‘20 las comparsas que se organizaban para los bailes del Club Social, preparaban su pequeña actuación humorística o danzada. Entonces, los temas rondaban frecuentemente a los personajes de la Commedia dell'arte y la recurrente presencia de “Colombinas y Pierrots” marcaba el clima de aquellas reuniones de la sociedad correntina. El festejo popular se nutría más de lo grotesco. La mascarada caricaturesca, la burla como hilo conductor de temas desarrollados con ingeniosos vestuarios improvisados con desechos, que al final resultaban creaciones con un concepto involuntariamente insinuado. La decoración del ámbito de la fiesta era una manifestación de arte ingenuo,  desarrollado con la mejor voluntad que técnica, pero el uso del color, de la forma, y la presencia de la música y la danza, improvisada o ensayada, ponían su contenido artístico a los corsos que espontáneamente se organizaban en barrios y cuadras fiesteras. Otra manifestación plástica valiosa han sido “los cabezudos”, de la más pura descendencia española. Osos, Pomberos, Enanos Caté, Genioles, surgieron de las manos de artesanos de la cartapesta y el modelado,  confeccionados con empeño y dedicación, y que con exitoso resultado dieron un estilo a algunos grupos que fueron tradicionales en el festejo de Momo. La improvisación de la que hablamos con relación a la danza de las comparsas de fantasía o “de mamarracho” como se las llamaba, nos lleva a otro tipo de creación actoral que también ha estado presente siempre en las actividades carnestolendas: la construcción de personajes a través de la  máscara, el maquillaje, la expresión corporal y las actitudes. Esto sobre todo era característico en las máscaras sueltas de carácter: el infaltable Drácula; el Oso; el Caú; el Dandy; Charlot; Mandrake y Lotario; la Momia; los médicos; el muerto y su corte de zombis; el Rey Momo (que tuvo por años su mejor intérprete en el popular y querido “Gordo” Recalde); las mujeres de “mala vida”;  brujas de leyenda o de cuentos infantiles; monstruos; animales;  héroes  y heroínas; príncipes y princesas de historias tradicionales que se recreaban de un modo puro y directo. Aquellas máscaras, aún en sus versiones infantiles,  encarnaban su personaje y lo sostenían a lo largo de todo el corso, interactuando con la tribuna en papel, sin abandonar en ningún momento la actuación. Y dentro de la actuación el travestismo, la caricatura y la parodia que fue el género extraordinariamente realizado por los hermanos Pomares y por el grupo “Los Chirú”, en memorables creaciones  que siempre dejaban presente eso de que “el Carnaval no sólo es para vivirlo, sino también para pensarlo". 


Creación y recreación de historias

Muchos artistas del teatro, la música y la danza, subyugados por ese contacto directo y puro con el público,  se volcaron a la estética carnavalesca y subieron a nuestro carnaval al escenario teatral en producciones que conjugaron todas las expresiones artísticas en obras integrales, como lo son los shows de comparsas que hoy disfrutamos.  
Hay nombres de artistas correntinos que son clave en en el Carnaval. Fueron José Ramírez, con exquisita escuela clásica y Godofredo San Martín que tenía la misma formación a la que sumaba el jazz y la acrobacia, quienes comenzaron a insinuar coreografías para grupos especiales que se desarrollaban en el curso del desfile. Desde el comienzo, cada uno marcó fuertemente un estilo que se reforzaba en Copacabana, porque José era también su diseñador, así que su vertiente refinada y clasicista estaba presente además en lo visual. 
Ara Berá tenía una marca más abierta, temáticamente más amplia. 
Ya hemos hablado del proceso que esas breves representaciones pasaron hasta llegar a los descomunales shows de hoy, pero fue un trabajo arriesgado y arduo, soportado sobre las capacidades de dos o tres bailarines con escuela, algunos provenientes de las danzas folclóricas y españolas y un cuerpo de baile que sólo sabía marcar pasos para la marchinha, al principio saltados y chicados, nada más lejano a la exigencias de estas nuevas demandas que imponían los directores  y que, sin embargo, poco a poco  fueron disciplinándose y sometiéndose a aprendizajes y prácticas que comprometieron más y más su tiempo de vacaciones y días del verano.
Impuestos los shows y las grandes carrozas, ya no hubo límites para la suma de expresiones artísticas como la pintura, la escultura, el teatro-danza, la mímica, el maquillaje de caracterización. 
La inclusión de grandes formaciones orquestales en esas representaciones teatrales del tema de cada comparsa, trajo al Carnaval a los más grandes músicos de la región y con ellos, vinieron las composiciones genuinamente carnavaleras, o los arreglos de alta calidad de temas de todos los géneros. El Carnaval bailó clásico,  folclore americano, europeo, asiático;  jazz, ritmos  populares universales y lo hizo gracias a la jerarquía de los ejecutantes que pasaron a ser “elenco estable” de las comparsas. 
La necesidad de crear o recrear historias para su desarrollo coreográfico incorporó investigadores y escritores de fuste que se ocuparon de crear la narrativa de nuestro Carnaval, género invisible y que sin embargo sostiene todo el desarrollo teatral de los shows. 
Sobre esos guiones imperceptibles se presentaron obras de la literatura clásica, óperas, leyendas medievales, guaraníes… Se llevó a escena obras originales, sobre textos depurados y concebidos con la maestría que demanda la obligada síntesis, y el hecho de nacer para ser traducidas a relato coreográfico y representadas con ausencia de la palabra: sólo cuerpos en movimiento. Hace pocos años se incorporó al show el relato oral muy esquemático.
Tampoco hubo -ni hay hoy-  límite en la investigación de  formas y materiales, de efectos cromáticos;  en la invención de técnicas para resolver los diseños imaginativos y audaces que venían de la mano de José Ramírez para unos  y de Roque Palma para otros, al que más de una vez le dijimos cariñosamente: “Vos dibujás para Broadway, pero esto hay que resolverlo en Macondo”. 
Hubo que aprender de arte plumario, contado entre los saberes y las manifestaciones estéticas de los pueblos originarios de nuestro territorio. Volver a la tintura artesanal, al conocimiento de los comportamientos de los diferentes tintes disponibles,  de las posibilidades de cada tipo de pluma, a su utilización apropiada según los efectos buscados. Hoy, además de haber ya artesanos altamente capacitados en ese importante y delicado quehacer, cualquier coordinador de vestuario sabe qué tiene que exigir, cómo tiene que armarse un emplumado, qué cantidad de material demanda una estructura, cuál es el matiz exacto que pide el diseño.
Decía el mismo Roque -él, que trabajaba para los más importantes teatros y canales de Buenos Aires- que la mayor parte del placer de crear para el Carnaval de Corrientes estaba en el hecho de poder volar sin techos limitantes, con la seguridad de que todo lo que pedía el diseñador, de una u otra forma, sería realizado fielmente por las capacidades y el virtuosismo que fueron adquiriendo bordadores, talleristas, artesanos del carnaval. 
Hoy, nuestro Carnaval resuma arte y la exigencia es cada vez mayor y el empeño en la perfección cada vez más evidente. La satisfacción de incorporar un nuevo recurso, una nueva técnica, que introduzca una innovación estética,  que impacte y vista lucidamente a un traje, se disfruta. 
El arte carnestolendo exige gran variedad de tipos de trabajo, desde los rudos de los constructores de estructuras para carros de gran porte, hasta el delicado manejo de la aguja de bordar cristales, pasando por el doblado de caños, el logro del equilibrio  estético y físico de los grandes espaldares y tocados, la solitaria labor del diseñador de vestuario inventando las criaturas que pondrán vida a la historia,  por el diseño de coreografías de show y de desfile y su traducción a movimientos y pasos de danza. Los bailarines y actores se han sumado en los últimos años y todas las agrupaciones y comparsas han incorporado artistas con formación académica que enriquecen la escena y levantan el nivel de la danza e interpretativo de todos los participantes, enseñando, compartiendo, sembrando en realidad  y, sobre todo, comunicando a un público masivo, popular, fervoroso, la exquisitez de su arte. El trabajo de los artistas corre por las venas del Carnaval, y lo recrea y revitaliza cada año. 

Stella Maris Folguerá
Especial  El Litoral

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